En esta segunda y última parte del artículo , continuamos hablando sobre las demoliciones que se llevaron a cabo en la ciudad de Campeche, hasta la llegada de las nuevas corrientes de pensamiento que transforman a la muralla de un estorbo a la modernidad, a un símbolo turístico del campechano.
Las siguientes demoliciones se dieron como consecuencia del proceso de modernización del transporte público, al iniciar las concesiones para el tranvía de la ciudad, el cual requería de adecuaciones para instalar sus vías de paso y así comunicar a todos los habitantes. La primera de las líneas que se levantó fue un año antes de las primeras demoliciones, en 1892, y respetó la traza amurallada comunicando desde el Hospital de San Lázaro hasta el Puente de San Francisco y sólo necesitó de la construcción de un paso que se nombró Nueva Puerta de San Román.
Las siguientes demoliciones se dieron como consecuencia del proceso de modernización del transporte público, al iniciar las concesiones para el tranvía de la ciudad, el cual requería de adecuaciones para instalar sus vías de paso y así comunicar a todos los habitantes. La primera de las líneas que se levantó fue un año antes de las primeras demoliciones, en 1892, y respetó la traza amurallada comunicando desde el Hospital de San Lázaro hasta el Puente de San Francisco y sólo necesitó de la construcción de un paso que se nombró Nueva Puerta de San Román.
Luego de unos meses, fue necesaria una obra que comunicara al Muelle Fiscal con el barrio de San Francisco, para lo cual tenía que cruzar la muralla a la altura de la calle 12. Se concesionó las obras al señor Salvador Dondé, quien debía de aprovechar la nueva apertura en el muro conocida como Nueva Puerta de Guadalupe, ubicada cerca del baluarte de San José, en la desembocadura de la calle 12. Sin embargo, Dondé quiso pasar también por la antigua Puerta de Guadalupe, cambio que se le autorizó, pero que al año siguiente se le condicionó a cambio de ampliar la puerta a su costa para evitar el acumulamiento de los carruajes en su tránsito por ellas.
En el mismo año se le autorizó al empresario Dondé la primera construcción en los terrenos del descampado, el área reservada a la campaña de la plaza para seguridad de las fortificaciones. Se trató de la construcción de la estación de tranvías, la cual se ubicaba en el Paso Porfirio Díaz, a un costado de la Puerta de Guadalupe.
Para el año de 1900 la empresa Nuevo Tranvía Urbano continuo con las obras de transformación en el centro de la ciudad al construir una nueva línea que iba del Teatro Francisco Toro al cementerio en las afueras del barrio de San Román, un trabajo que requirió de nuevas aperturas en los muros. Ese mismo año, el municipio solicitó la propiedad de los campos de tiro que rodeaban a la ciudad, los cuales eran de jurisdicción militar federal, esto fue con la intención de prolongar las calles y construir edificios para escuelas y paseos públicos. Sin embargo, esta solicitud nunca obtuvo respuesta del Ministerio de Guerra, probablemente debido al carácter gratuito con que se hacia la solicitud.
Antes de finalizar el año, ya no eran estorbosas solo las murallas, sino también los baluartes se convirtieron en obstáculos para las comunicaciones. Nuevo Tranvía Urbano obtuvo un nuevo permiso para la instalación de una línea que iba de la plaza principal y a través de la Calle 57 pasaba por la Alameda hasta llegar a la plaza del barrio de Santa Ana. En medio de este camino se encontraba el baluarte de San Francisco, pero para solucionar el impedimento de paso se decidió partirlo a la mitad y construir la línea del tranvía por en medio.
Salvador Dondé obtuvo una autorización cerca del año de 1903 para demoler el lienzo de muralla que corría del baluarte de San Carlos al baluarte de Santa Rosa y, con ella, la Puerta de San Román, su reducto y la Nueva Puerta en la desembocadura de la Calle 12.
En 1905 el ayuntamiento de la ciudad prolongó la Calle 51 hasta el mar, por lo que el Ministerio de Guerra autorizó la destrucción de La Maestranza, el cuartel adjunto al baluarte de Santiago, aunque los trabajos fueron mínimos y sólo se derribaron algunos muros y cercas. En esas mismas fechas, el señor Dondé obtuvo nuevos permisos para demoler el baluarte de San José, el cual se encontraba en abandono. Para el año de 1916 se decidió derribar igual La Maestranza en su totalidad junto con el baluarte de Santiago, esto con el fin de borrar la apariencia ruinosa que tenía la ciudad en ese punto y utilizar los escombros en obras de mejoras urbanas. Al llegar este año también habían sido derribados los lienzos que iban de Santa Rosa a San Juan y de San José a San Pedro.
Las fortalezas externas de la ciudad no estuvieron inmunes a este pensamiento de inutilidad y estorbo para la ciudad y pronto se encontraron en un estado deabandono total. La batería de San Matías, cerca del barrio de San Francisco fue demolida en los años 20, y posteriormente se levantó un muro para significar el lugar en el que se encontraba. Los reductos en los cerros, San José el Alto y San Miguel, tuvieron una mejor suerte, pues sólo se tuvieron que enfrentar al abandono y la maleza, sufriendo algunos derrumbes menores a causa del descuido, pero que más tarde fueron subsanados.
Finalmente, a mitad del siglo XX, llegaron las nuevas tendencias con respecto a la conservación y restauración del patrimonio histórico, sumado a las nuevas ideas urbanísticas, que respetaban los espacios construidos y buscaban expandir la ciudad hacia el exterior, por lo que la fiebre demoledora llegó a su fin y se inicio una etapa de rescate de las fortificaciones existentes.
Estos trabajos, que se han realizados en diversas escalas a lo largo de los distintos gobiernos, llegaron a su punto máximo con el rescate de los baluartes y la reconstrucción de tramos de muralla en el gobierno de Fernando Ortega Bernés.
Este controversial periodo de la historia campechana ha sido juzgado eninnumerables ocasiones y por diversas plumas, sin embargo hay que recordarque cada sociedad es hija de su tiempo, y aunque en la actualidad nos puede parecer lamentable la destrucción del recinto amurallado que tantas veces salvo a la ciudad y sus habitantes, la sociedad de finales del siglo XIX sólo estaba respondiendo a las ideas que gobernaban el momento, en busca de una modernización urbana. Por último, es de destacar el caso de las ciudades italianas de Bérgamo y Lucca, las cuales buscaron expandirse al otro lado de sus murallas, respetando sus fortificaciones, algo que sólo la voz de Francisco Álvarez Suarez planteó en nuestra ciudad:
“Si se trataba de hermosear la ciudad ó de darle libre ventilación, toda vez que se declararon inútiles las murallas, ambas cosas se hubieran alcanzado, abriendo arquerías frente á cada calle. De esta manera, á la vez de conservadas como monumento, se hubiera hecho un paseo delicioso.”
La conclusión me gustó mucho :)
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